Salvemos a los monstruos

La infancia es ese territorio y tiempo de la vida donde fuimos además de confiados, conscientes de las posibilidades más que de los peligros. Fervientes, febriles, serios como relojes y olvidadizos como cargados de desmemoria.

Ese territorio donde la construcción del mundo y sus relaciones nos hacían avistar el derrotero del barco en que se convertirá nuestra vida. Recuerdo con claridad el día que entre un parpadeo y el siguiente resulté consciente de mí: primero de mi pierna doblada sobre la otra, del tetero que me estaba tomando; debía rondar los cuatro o cinco años y en dos segundos resulte dentro mío. Lejos de los muebles, del perro, del sol que se colaba por el balcón, fue más o menos unos cuatro años antes de que me echara en el patio de la casa, a mirar el cielo de noche con la sensación de polvo de estrellas y de una inmensa paz. Todo por instantes y relativo.

De chiquita amé, odié, temí y cada emoción descubierta desembocaba finalmente en un problema moral, porque si tienes hermanos al lado, digo compañeros de crecimiento, vecinos, primos, compañeros de escuela, es inevitable construir juntos un universo habitado por el bien y el mal, la vida y la muerte, el poder y la fragilidad; te ves abocado a decidir, a escoger, a optar. En la infancia todo es muy esquemático.


Los matices se aprenden a distinguir con la madurez. Pero cuando te separas del resto y te comprendes individuo y ser social (claro a esas edades, ni sabes lo que quieren decir esas palabras pero tienes la percepción) necesitas poner fronteras a territorios tan movedizos y múltiples. La niñez es leve. Tomar postura cuando pesas lo de una pluma no es fácil, creo que con los años lo que adquirimos, sin entrar en metáforas catastróficas de pérdida de alas, es un peso. La posibilidad de poner el pie en el suelo y tomar caminos, decisiones y cambios que se nos presentan.

Para decidir nunca estamos listos. No importa la edad, afrontamos a nuestra medida la repetida disyuntiva que te pone la vida. Se refiere a comprender, en el ejercicio de las relaciones de las que somos protagonistas o testigos, en qué lugar está el imposible equilibrio en la marea, cómo no hundirnos en el naufragio.

El relato provee al niño, un universo de sentido que aborda el por qué, el para qué, el cómo ocurren las cosas. Hace poco oí a una colega disgustada con un cuento escogido porque presentaba el estereotipo de mujer del mundo patriarcal, sin embargo recibió un consejo sabio: el cuento cuenta lo que pasa, no lo que debería pasar. Es parte de su función, enterarnos de la dificultad, del conflicto, del enemigo gratuito, del monstruo bajo la cama, de nuestra fragilidad.

Cuando quitamos de las historias para niños la dificultad y la contradicción, no estamos creando ciudadanos libres o puros, estamos alimentando espíritus amputados, que tendrán que descubrir los monstruos, desde la soledad y el desamparo. Los cuentos implican compañía, porque en ellos, hemos apresado la dureza y crueldad, los valores profundos, los compromisos sagrados, el heroísmo abnegado. En el cuento hay una relación básica que es el
afecto del que escucha, su atención y el cuidado del que narra para cuidar el alma que se le entrega, la comprensión y fluidez. Todas condiciones que rodean la vida sin que seamos personajes de cuento.

En alguna parte leí, creo que en Walter Ong, la equivalencia entre los procesos del ser humano y la humanidad, como dice la teoría de fractales que las formas se repiten de la micro a la macro estructura. Aplico este principio en la identificación extraña que ocurre con los personajes de algunas historias, con las secuencias, con los conflictos que, a pesar de estar investidos de lo simbólico, facilitan un mejor vivir. Por eso es tan grave que los cuentos destinados a la infancia empiecen a perder el conflicto, la dificultad, el mal, por eso es tan peligrosa la censura.


Al caer la oscuridad, también se invalida la luz, si acabamos con los monstruos estamos eliminando al héroe, sus esmeros espirituales, su comprensión de la colectividad. Mutila el pensamiento, anula la validez de las emociones con el falso
supuesto, lo que no se nombra no existe, que hemos visto fracasar tanto. La vida, su desarrollo y su corrupción están en el núcleo mismo de la existencia y en los cuentos aparece esa verdad como una noticia y también como una transversalidad
que nos compete.

La censura cree que el mal se elimina por quitarlo del universo simbólico, y eso hace que ocurra todo lo contrario. Se potencia el interés por trasladarlo al tabú y al silencio. Nada diáfano puede brotar de una tierra sometida al oscurantismo y sin embargo con una sumisión estólida sigue avanzando la creencia de que la palabra, la creación, la
ficción, son lo que hace malo al mal y no el silencio, el tabú, la censura, tejiendo una secreta y vergonzosa complicidad.

Ahora nos atañe defender la vida en su calidad y completud. Que la infancia aprenda sobre la vida desde lo simbólico y luego desde lo real, y no esta perversa forma de amputar el miedo y con él los valores de dignidad y fortaleza que tanto requerimos. Con esto no quiero decir que todo lo que cuentan las historias infantiles tiene que sobrevivir a la purga pero que esta purga debe tener la medida del contrapunteo, del espíritu crítico, de la reflexión.

Pasaran años para que arquetipos que nos han acompañado, se transformen y evolucionen. Es una labor diaria de visibilización de historias escondidas también en la tradición y en la literatura. El trabajo de Marina San Filippo autora y estudiosa italiana que está investigando los cuentos con protagonistas femeninas que trae la tradición, sutil y hábilmente colados en el acervo popular, dan cuenta de un universo múltiple creciente y en el fondo esperanzador.

Carolina Rueda
Bogotá, abril 10, 2021

Bibliografía

BREMOND, Claude. La lógica de los posibles narrativos. En: análisis estructural del relato. R. Barthes y otros, Buenos Aires, Tiempo Contemporáneo 1970. (Pg. 87- 109)

CAMPBELL, Joseph. El héroe de las mil caras.

CASHDAN , Sheldon. La bruja debe morir .

FO, Darío. El país de los cuentacuentos. Seix Barral Biblioteca Formentor, septiembre 2005.

LEPRINCE DE BEAUMONT, Jeanne-Marie. La bella y la bestia.


LEGUIN, Ursula. Contar es escuchar, 2004 .


ONG, Walter. Oralidad y escritura. Tecnologías de la palabra. Trad. Angélica Sherp, México: Fondo de Cultura Económica, 1ra edición español, 1987.


PASTORIZA DE ETCHEBARNE, Dora. El arte de narrar un oficio olvidado, Editorial Guadalupe 11ª Edición 1998.


PROPP, Vladimir. Raíces históricas del cuento. Trad. José Martín Arancibia, Edición Colofón, s.a., México, (s.f.)


Escribió:

Carolina Rueda

Soy de naturaleza viajera, el viaje con sus exigencias, sus cuidados, sus peligros y sus hallazgos. Desde hace 32 años trabajo en la narración oral promoviendo básicamente dos aspectos: Su aspecto artístico y de posicionamiento nacional e
internacional; y su carácter de instrumento de gestión y herramienta en ámbitos educativos, políticos, empresariales y así mismo, artísticos. Me gradué en Literatura y tal vez por eso la búsqueda constante por contar lo que leo.

Como artista me caracterizo por realizar adaptaciones, obras derivadas y versiones libres, de autores de la literatura universal y versiones de relatos de tradición oral del mundo. Mis talleres de formación en narración oral han sido adaptados para diversos fines, tanto públicos como privados, así como el
trabajo de dirección, pre-dirección, producción y proyección de espectáculos y eventos. En mi calidad de gestora y programadora, coordiné desde 1990 hasta el 2012, la muestra de cuenteros (nacional e internacional) del Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá, festival que logró en sus X primeras versiones posicionarse como uno de los más grandes del mundo. Así mismo he participado como profesora invitada y profesora regular en programas de adquisición del idioma español como segunda lengua y en programas de literatura, educación a distancia y artes escénicas, en universidades como: Cornell, Miami, en los Estados Unidos, Centros de profesores y universidades en España, Perú y Chile como los Andes, Javeriana y Universidad Nacional, en Colombia.

A lo largo de mi carrera profesional he realizado más de 2400
funciones para todo público.

Publicado por narrandoinfancias

Narrando Infancias es un espacio donde vivir experiencias poéticas y transformadoras en torno a la infancia. Una casa de puertas abiertas donde tendemos puentes hacia nuevos espacios simbólicos conjugando múltiples miradas y lenguajes a través de la reflexión, el juego y la creación.

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